En 1977 el Porsche 911 Turbo 3.3 era una salvajada, pero tenía un arma secreta para que sus conductores pudieran llegar a casa

Hace ahora casi 50 años, las decisiones se tomaban de forma diferente. En este artículo te cuento una interesante curiosidad del Porsche 911 Turbo 3.3 Coupé y de qué manera acabó equipando un sistema de frenos derivado del mundo de la competición.
El Porsche 911 Turbo es una de las joyas de la corona que ha salido de las líneas de montaje de Porsche. La versión sobrealimentada del deportivo ‘todo atrás’ era el máximo exponente en prestaciones y rendimiento, e incluso hoy, que la tecnología ha avanzado y los rivales se han hecho más fuertes, la palabra Turbo ligada al Porsche 911 sigue imponiendo respeto y admiración.
El primer Porsche 911 Turbo se presentó hace medio siglo, en 1974. Se basaba en la generación 930 del nueveonce y rápidamente conquistó el segmento de superdeportivos con sus prestaciones.
El motor, una unidad bóxer de seis cilindros y 3.0 litros, estaba equipado con un turbocompresor KKK que le ayudaba a entregar 260 CV de potencia y 343 Nm de par, cifras suficientes para que el Turbo alcanzar una velocidad máxima de 250 km/h y completara el 0 a 100 km/h en unos seis segundos.
Tres años más tarde, en 1977, se presenta el Porsche 911 Turbo 3.3 Coupé, una versión aún más potente del 930 Turbo que, como su nombre indica, aumentaba la cilindrada de su motor hasta los 3.3 litros e incorporaba un intercooler, refuerzos en los cojinetes y un aumento de la relación de compresión.
El legendario piloto de rallyes, piloto de desarrollo y embajador de Porsche, Walter Röhrl, se hizo con un 911 Turbo 3.3 en el año 1979. Esta versión ahora ofrecía 300 CV de potencia y 412 Nm de par, aumentando así la velocidad máxima hasta los 260 km/h y pudiendo pasar de 0 a 100 km/h en solo 5,4 segundos. A partir de 1983 se podía comprar una versión potenciada hasta los 330 CV.
La historia de cómo el Porsche 911 Turbo 3.3 de 1977 acabó equipando frenos de carreras
El 911 Turbo 3.3 era uno de los coches más veloces y rápidos del momento. Pero, al mismo tiempo, era un coche que podía conducir una persona con talento, aunque no fuera un piloto.
Para hacer del 911 Turbo 3.3 un vehículo apto para -casi- todos los públicos, el vehículo debía ser seguro y es por eso que Peter Falk, entonces jefe de pruebas, convenció al director general de Porsche, Ernst Fuhrmann, de que instalara unos frenos a la altura de sus prestaciones.
“Fue una tarea interesante hacer que el 911 Turbo también fuera conducible para personas con talento per no pilotos”, explica Falk. “Tuvimos muchas situaciones difíciles con un chasis que al principio estaba sobrepasado por la potencia y el peso. Nuestros coches de prueba alcanzaban casi 300 km/h”.
El que más tarde sería Director de Competición de Porsche explica la forma en la que logró convencer a su jefe de que le dejara instalar unos frenos derivados de un coche de carreras en el Porsche 911 Turbo 3.3 Coupé.
“La forma en que se tomaban las decisiones entonces es inimaginable hoy en día. En la primavera de 1977, logré convencer al señor Fuhrmann de que adoptara un sistema de frenado derivado del 917 Spyder para el 911 Turbo 3.3”, señala Peter Falk.
“Al principio, no era partidario de la idea y dijo ‘¿Para qué frenar? Queremos gente que conduzca’”, recuerda Falk. “Después de tres whiskies, finalmente dio su visto bueno. La conversación tuvo lugar en un bar del sur de Francia durante la presentación del 928”.
Y así es como hace casi medio siglo, los máximos responsables del desarrollo de un coche como el Porsche 911 Turbo 3.3 decidieron instalar unos frenos de competición en un vehículo de alto rendimiento destinado a la carretera.
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Etiquetas: Coches deportivos